Y me hice océano

 

El océano del sí me llegaba hasta la boca, y sentía ese sabor salado que me oxidaba las palabras. El océano del sí empezaba a cubrir mis ojos, y me ardía ver el mundo y sus posibilidades. El océano del sí era muy frío y turbio, pero trataba de nadar con naturalidad entre sus aguas oscuras. Me dolían las rodillas, me ardía la piel y mi útero se llenó de llagas; mi fuego interior se extinguió. Ese océano punzaba, pero no conocía otro, ya me había acostumbrado al óxido, al frío y al dolor. Aprendí a chapalear entre mamertos recalentados, conversaciones baladíes y chismes de pasillo; entre loops de oficinista, amores mediocres y desprecios sistemáticos. Aprendí a chapalear entre los vahos calientes del bus en días lluviosos, borrachos de temporada y tacaños estrato cinco; entre palabras sexistas, viejos verdes y loquitas cizañeras. Aprendí a hacerme invisible en las aguas del sí, a extinguirme en su espuma verde y azufrada. “¿Qué más da?”, me decía. Mi caparazón aún se mantenía a flote y era suficiente, era la vida que conocía.

Un día chapaleaba desesperada, era la costumbre; pero no tenía fuerzas, mi cuerpo no pudo más y me hundí. Era extraño, el océano del sí estaba tranquilo y mediocre, como en los últimos días; sin embargo, ya no podía más. Naufragué, y mientras descendía me enredé en el arrecife del no. Era brillante, colorido y luminoso, estaba lleno de vida, y me llenó de color y luz, me llenó de esperanza. Volvió a mí la energía y empecé a nadar llena del no, ¡no más mamertos, loops, ni abusadores!, ¡no más mediocridad, tacaños, ni viejos verdes!, ¡no más autodesprecio!

El océano del sí estaba tan molesto… detestaba cuando algún cuerpo atrapado en sus aguas trataba de emerger, y en un remolino me llevó a lo más profundo, a las aguas de la soledad. Y aunque al principio eran frías y turbias, se hicieron tibias y transparentes, se llenaron del color y de la luz del no. Nadé llena de color, de luz y de mí hasta la playa, la arena era tibia, el sol me abrazaba, y el aire era dulce, nutría mis palabras. Ya no me dolían las rodillas, mi útero se llenó de flores y mi fuego interior refulgió. Caminé y me topé con un riachuelo de agua transparente limpia, colorida y luminosa. Eran las aguas del sí, ¡eran mis aguas del sí! Me había hecho agua, agua que empezaba a correr y a crecer para convertirme en océano.  


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